martes, julio 11, 2006

LA VISITA DEL PAPA. LAS CLAVES.


La organización del V Encuentro Mundial de las Familias ha quedado satisfecha de cómo ha trascurrido la visita del Papa a España. También parece satisfecho el Vaticano y el propio Benedicto XVI.

El gran artífice de la visita a Valencia ha sido el Arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco. La iglesia valenciana se ha apoyado considerablemente en los nuevos movimientos católicos: Opus Dei, Legionarios de Cristo o Camino Neocatecumenal entre otros. De hecho mucho de los diez mil voluntarios pertenecían o simpatizaban con estos movimientos.

Esto pone de relieve la importancia que estas asociaciones tienen para la Iglesia en unas circunstancias de crisis de valores en todo occidente, sobre todo entre la juventud.

La asistencia de peregrinos no fue la esperada, ya que se esperaban más de un millón y medio de personas. Por tanto es necesario hacer por parte de la Iglesia una reflexión profunda y sincera de porque no se han cumplido las expectativas. De hecho muchos de los peregrinos concentrados en la Ciudad de las Artes y las Ciencias habían asistido con algún movimiento católico.

De todas formas muchos católicos pudieron seguir la ceremonia a través de las retrasmisiones en directo de Telemadrid y Canal 9 que llegaron ha alcanzar picos de audiencia de hasta el 60% un dato que me parece importante señalar.

El Papa se ha mostrado al mundo como un hombre sensible y abierto. Con un discurso claro y contundente. Los valencianos no olvidaran su solidaridad con las víctimas del metro de Valencia. Un Papa cercano, sensible que no huye del dolor ajeno sino que lo asume como propio. Que reza como uno más junto a las personas que sufren en la Basílica.

Benedicto XVI a quedado muy satisfecho de la acogida que le hemos prestado los valencianos. Se le ha visto como progresivamente ha ido cogiendo seguridad y naturalidad mientras pasaban las horas. Se le ha visto en la azotea del Palacio Arzobispal paseando y también cambio de itinerario para ir al aeropuerto queriendo pasar por el centro de la ciudad en una última despedida como muestra de agradecimiento por el cariño prestado.

Personalmente estoy muy orgulloso de varias cosas: que el Papa haya estado en Valencia, que todo haya salido según lo previsto y que Benedicto XVI haya disfrutado de su estancia en esta ciudad que le ha recibido como se merece.

domingo, julio 09, 2006

DISCURSO DEL PAPA EN VALENCIA


Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI durante la misa de clausura del V Encuentro Mundial de las Familias que celebró en la Ciudad de las Artes y de las Ciencias de Valencia.
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Queridos hermanos y hermanas:En esta Santa Misa que tengo la inmensa alegría de presidir, concelebrando con numerosos Hermanos en el episcopado y con un gran número de sacerdotes, doy gracias al Señor por todas las amadas familias que os habéis congregado aquí formando una multitud jubilosa, y también por tantas otras que, desde lejanas tierras, seguís esta celebración a través de la radio y la televisión. A todos deseo saludaros y expresaros mi gran afecto con un abrazo de paz.Los testimonios de Ester y Pablo, que hemos escuchado antes en las lecturas, muestran cómo la familia está llamada a colaborar en la transmisión de la fe. Ester confiesa: "Mi padre me ha contado que tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones" (14,5). Pablo sigue la tradición de sus antepasados judíos dando culto a Dios con conciencia pura. Alaba la fe sincera de Timoteo y le recuerda "esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice, y que estoy seguro que tienes también tú" (2 Tm 1,5). En estos testimonios bíblicos la familia comprende no sólo a padres e hijos, sino también a los abuelos y antepasados. La familia se nos muestra así como una comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones.Ningún hombre se ha dado el ser a sí mismo ni ha adquirido por sí solo los conocimientos elementales para la vida. Todos hemos recibido de otros la vida y las verdades básicas para la misma, y estamos llamados a alcanzar la perfección en relación y comunión amorosa con los demás. La familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral.Cuando un niño nace, a través de la relación con sus padres empieza a formar parte de una tradición familiar, que tiene raíces aún más antiguas. Con el don de la vida recibe todo un patrimonio de experiencia. A este respecto, los padres tienen el derecho y el deber inalienable de transmitirlo a los hijos: educarlos en el descubrimiento de su identidad, iniciarlos en la vida social, en el ejercicio responsable de su libertad moral y de su capacidad de amar a través de la experiencia de ser amados y, sobre todo, en el encuentro con Dios. Los hijos crecen y maduran humanamente en la medida en que acogen con confianza ese patrimonio y esa educación que van asumiendo progresivamente. De este modo son capaces de elaborar una síntesis personal entre lo recibido y lo nuevo, y que cada uno y cada generación está llamado a realizar.En el origen de todo hombre y, por tanto, en toda paternidad y maternidad humana está presente Dios Creador. Por eso los esposos deben acoger al niño que les nace como hijo no sólo suyo, sino también de Dios, que lo ama por sí mismo y lo llama a la filiación divina. Más aún: toda generación, toda paternidad y maternidad, toda familia tiene su principio en Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.A Ester su padre le había trasmitido, con la memoria de sus antepasados y de su pueblo, la de un Dios del que todos proceden y al que todos están llamados a responder. La memoria de Dios Padre que ha elegido a su pueblo y que actúa en la historia para nuestra salvación. La memoria de este Padre ilumina la identidad más profunda de los hombres: de dónde venimos, quiénes somos y cuán grande es nuestra dignidad. Venimos ciertamente de nuestros padres y somos sus hijos, pero también venimos de Dios, que nos ha creado a su imagen y nos ha llamado a ser sus hijos. Por eso, en el origen de todo ser humano no existe el azar o la casualidad, sino un proyecto del amor de Dios. Es lo que nos ha revelado Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y hombre perfecto. Él conocía de quién venía y de quién venimos todos: del amor de su Padre y Padre nuestro.La fe no es, pues, una mera herencia cultural, sino una acción continua de la gracia de Dios que llama y de la libertad humana que puede o no adherirse a esa llamada. Aunque nadie responde por otro, sin embargo los padres cristianos están llamados a dar un testimonio creíble de su fe y esperanza cristiana. Han de procurar que la llamada de Dios y la Buena Nueva de Cristo lleguen a sus hijos con la mayor claridad y autenticidad.Con el pasar de los años, este don de Dios que los padres han contribuido a poner ante los ojos de los pequeños necesitará también ser cultivado con sabiduría y dulzura, haciendo crecer en ellos la capacidad de discernimiento. De este modo, con el testimonio constante del amor conyugal de los padres, vivido e impregnado de la fe, y con el acompañamiento entrañable de la comunidad cristiana, se favorecerá que los hijos hagan suyo el don mismo de la fe, descubran con ella el sentido profundo de la propia existencia y se sientan gozosos y agradecidos por ello.La familia cristiana transmite la fe cuando los padres enseñan a sus hijos a rezar y rezan con ellos (cf. Familiaris consortio, 60); cuando los acercan a los sacramentos y los van introduciendo en la vida de la Iglesia; cuando todos se reúnen para leer la Biblia, iluminando la vida familiar a la luz de la fe y alabando a Dios como Padre.En la cultura actual se exalta muy a menudo la libertad del individuo concebido como sujeto autónomo, como si se hiciera él sólo y se bastara a sí mismo, al margen de su relación con los demás y ajeno a su responsabilidad ante ellos. Se intenta organizar la vida social sólo a partir de deseos subjetivos y mudables, sin referencia alguna a una verdad objetiva previa como son la dignidad de cada ser humano y sus deberes y derechos inalienables a cuyo servicio debe ponerse todo grupo social.La Iglesia no cesa de recordar que la verdadera libertad del ser humano proviene de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por ello, la educación cristiana es educación de la libertad y para la libertad. "Nosotros hacemos el bien no como esclavos, que no son libres de obrar de otra manera, sino que lo hacemos porque tenemos personalmente la responsabilidad con respecto al mundo; porque amamos la verdad y el bien, porque amamos a Dios mismo y, por tanto, también a sus criaturas. Ésta es la libertad verdadera, a la que el Espíritu Santo quiere llevarnos" (Homilía en la vigilia de Pentecostés, L’Osservatore Romano, edic. lengua española, 9-6-2006, p. 6).Jesucristo es el hombre perfecto, ejemplo de libertad filial, que nos enseña a comunicar a los demás su mismo amor: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor" (Jn 15,9). A este respecto enseña el Concilio Vaticano II que "los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, deben apoyarse mutuamente en la gracia, con un amor fiel a lo largo de toda su vida, y educar en la enseñanza cristiana y en los valores evangélicos a sus hijos recibidos amorosamente de Dios. De esta manera ofrecen a todos el ejemplo de un amor incansable y generoso, construyen la fraternidad de amor y son testigos y colaboradores de la fecundidad de la Madre Iglesia como símbolo y participación de aquel amor con el que Cristo amó a su esposa y se entregó por ella" (Lumen gentium, 41).La alegría amorosa con la que nuestros padres nos acogieron y acompañaron en los primeros pasos en este mundo es como un signo y prolongación sacramental del amor benevolente de Dios del que procedemos. La experiencia de ser acogidos y amados por Dios y por nuestros padres es la base firme que favorece siempre el crecimiento y desarrollo auténtico del hombre, que tanto nos ayuda a madurar en el camino hacia la verdad y el amor, y a salir de nosotros mismos para entrar en comunión con los demás y con Dios.Para avanzar en ese camino de madurez humana, la Iglesia nos enseña a respetar y promover la maravillosa realidad del matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, que es, además, el origen de la familia. Por eso, reconocer y ayudar a esta institución es uno de los mayores servicios que se pueden prestar hoy día al bien común y al verdadero desarrollo de los hombres y de las sociedades, así como la mejor garantía para asegurar la dignidad, la igualdad y la verdadera libertad de la persona humana.En este sentido, quiero destacar la importancia y el papel positivo que a favor del matrimonio y de la familia realizan las distintas asociaciones familiares eclesiales. Por eso, "deseo invitar a todos los cristianos a colaborar, cordial y valientemente con todos los hombres de buena voluntad, que viven su responsabilidad al servicio de la familia" (Familiaris consortio, 86), para que uniendo sus fuerzas y con una legítima pluralidad de iniciativas contribuyan a la promoción del verdadero bien de la familia en la sociedad actual.Volvamos por un momento a la primera lectura de esta Misa, tomada del libro de Ester. La Iglesia orante ha visto en esta humilde reina, que intercede con todo su ser por su pueblo que sufre, un prefiguración de María, que su Hijo nos ha dado a todos nosotros como Madre; una prefiguración de la Madre, que protege con su amor a la familia de Dios que peregrina en este mundo. María es la imagen ejemplar de todas las madres, de su gran misión como guardianas de la vida, de su misión de enseñar el arte de vivir, el arte de amar.La familia cristiana –padre, madre e hijos- está llamada, pues, a cumplir los objetivos señalados no como algo impuesto desde fuera, sino como un don de la gracia del sacramento del matrimonio infundida en los esposos. Si éstos permanecen abiertos al Espíritu y piden su ayuda, él no dejará de comunicarles el amor de Dios Padre manifestado y encarnado en Cristo. La presencia del Espíritu ayudará a los esposos a no perder de vista la fuente y medida de su amor y entrega, y a colaborar con él para reflejarlo y encarnarlo en todas las dimensiones de su vida. El Espíritu suscitará asimismo en ellos el anhelo del encuentro definitivo con Cristo en la casa de su Padre y Padre nuestro. Éste es el mensaje de esperanza que desde Valencia quiero lanzar a todas las familias del mundo. Amén.

lunes, julio 03, 2006

JO SI T'ESPERE.


Valencia ha pasado del “Jo no t’espere” al “Jo si t´espere” y es que miles de valencianos ya han adornado sus balcones con los colores del Vaticano a menos de una semana para la visita del Papa. Los carteles de la plataforma “Jo no t’espere” han quedado relegadas a un centenar de viviendas del movimiento “okupa” y otros grupos afines.

Quizá sea el momento de hacer un análisis de lo que hay detrás de esta plataforma antipapa. Sus componentes son, esencialmente, colectivos homosexuales, partidos y sindicatos de izquierda y movimientos pseudocristianos.

La campaña se inició porque consideraban que el lugar elegido daría publicidad al PP y criticaron la gran cantidad de dinero que se va a gastar la Administración en el evento. La fachada está muy bien lograda para esconder el verdadero fondo ideológico de la plataforma.

Hace unos días grupos violentos rompieron la iluminación que se está instalando el cauce del río para los peregrinos, de tal forma que la policía vigila día y noche para evitar nuevos desperfectos. Hay odio, mucha rabia, mucha frustración, mucha impotencia, mucha soberbia para manifestar su oposición a la Iglesia Católica.

Ellos no esperan el mensaje del Papa porque les dolerá, les picará. Benedicto pondrá el dedo en la yaga y no pronunciará un discurso “políticamente correcto”. Reflexionará sobre los problemas del mundo, sobre la familia, la vida y la libertad religiosa con un concepto cristiano. Será un discurso retransmitido a millones de personas de todo el mundo.

No nos equivoquemos, Valencia sí espera al Papa, sí espera su mensaje, sí cree en la familia. Disfrutemos de ese gran acontecimiento y dejemos el rencor, el odio, la frustración y la intolerancia donde siempre han estado, en los carteles de “Jo no t’espere”.